martes, 6 de septiembre de 2011

Salvoconducto de presidio

Es un hecho veraz y contrastado a diario por cualquiera que vea la luz del sol, tan cierto como que la marihuana coloca. La delincuencia crece. A un ritmo directamente proporcional al que desaparece la pecunia en manos de un español. El inocente tirón ha mutado en el botellazo limpio o en la cuchillada. Aunque enfocado desde un punto de vista tan objetivo como equitativo, en los tiempos que corren el delinquir no es tan desacertado. Y más aun al no haber nada que perder y sí mucho que ganar. Por ejemplo, un viaje con todos los gastos pagados a un centro penitenciario con personal altamente cualificado, restaurante de alta gastronomía, pistas polideportivas, piscina climatizada, amén de gimnasio, taller de costura y demás pasatiempos relacionados con el tocamiento de hígados. Estamos jodidos, señores. Jodidos. Y ya que sin billetes un sistema capitalista no se sustenta, solo queda esperar.

Si don Dinero prohibe todo hacer
justo es no complacer sino pacer

Mas remontados a la Historia, siempre sabia, la espera no presenta un cariz esperanzador. Nos induce al miedo. Pues qué sino nos demostraron la tulipomanía de los Paises Bajos en el S.XVII, o la Gran Depresión de 1929, o la crisis de Albania de 1996. Que la guerra acaba igualando todo lo que sobra o falta. Así mismo, no me hace especial gusto imaginarme lo que podría ser un conflicto armado entre civilizaciones de occidente, arrastrando tras sí todo el fruto de las largas investigaciones en armamento y logística que se llevan años desarrollando a raíz de las nuevas tecnologías. Y es que en un mundo de bellacos, solo los cojones van a mover pieza el día que se alce la profecía de San Juan que, aun siendo literatura arcana con intención de inculcar las virtudes bajo amenaza de lo malvado, no son sino metáforas de lo real. Pues la guerra traerá consigo la muerte y el hambre (o mejor encuadrado en la situación actual, el hambre desembocará en guerra y muerte), haciendo agachar la cabeza y la espalda al humillado frente a la hierática figura del victorioso. Sin embargo, ¿no hemos vivido ya, y en numerosas ocasiones, esto antes? Volvemos, y es curioso, al cuento de la serpiente que se muerde su cola.

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