domingo, 25 de septiembre de 2011

Algunas personas buenas

Sentir el viento por la ventanilla golpeándome la cara tras una ardua jornada laboral, con mi culo descansando en el asiento y mis pies entumecidos, es tela de reconfortable. Sí señor. Hace una semana ya que empecé a trabajar de promotor de marketing. Suena del carajo, pero soy tan solo un meapilas más que se dedica a molestar a familias en la hora de la siesta buscando una firma y una comisión. Un comercial, vaya. Lo bueno es que no vendo la moto ofreciendo contratos aparentemente rentables. Ni aspiradoras, ni trastos. Por el contrario, capto clientes, o colaboradores, o donantes, o socios, para una ONG. Es satisfactorio saber que ayudas a un tercer mundo que tantas penurias rodean y tan poca ayuda reciben. Los cincuenta euros la canasta que Gasol dona es un apoyo minúsculo si hablamos de lo necesario. Y me crispa que haya tanto cabrón suelto.

Siempre me he declarado impertérrito conocedor de las diferencias económicas que existen en nuestra civilizada sociedad. Pero ahora me constan en realidad, y reconozco que me impresionan. Como dice mi coordinador, Francisco Martínez, el noventa y nueve por ciento de las personas no ven mal ayudar. Sin embargo muchos no pueden. O no quieren. Muy sagaz yo, me aventuro a hacer campaña por el barrio rico, por así llamarlo, del pueblo al que estoy destinado. Y ni una puñetera firma. Me repatea la negativa de que se escapa a sus intereses, claro, a quién va a interesarle dar dinero. Luego está el maromo embutido en polo Hilfiger de cincuenta euros, dos coches en el jardín, y suntuosa vivienda que asegura estar pasando una mala racha en cuanto a economía se refiere. Por no decir que a las personas que se dignaron a bajar, abrirme la puerta y conversar conmigo cara a cara, tuve que agradecerles el detalle. Porque fueron dos o tres. 

Sin embargo, la otra cara de la moneda difiere, no porque tenga más valor, si no porque brilla más. Al igual que hice campaña atraído por el sonante, también la hice en un barrio humilde a condición de la empresa. Fachadas agrietadas, pintura ida y vocecillas de chavales que jugaban al fútbol en la plaza adornaban el escenario. Pero en cada casa, me abría la puerta una persona dispuesta a escucharme, a compartir su crispación por la situación en África, a referirme sus problemas económicos, viviendo con hijos parados, pensiones y deudas, a invitarme a una Coca-Cola. Y lo más importante; que muchos, incluso faltos de pecunia, se animaron a dibujar una sonrisa en las caras de los chiquillos a los que iría dirigida su aportación. Eso me ayuda a comprender que hay gente con corazón. Pues, aunque no abunden, sé que aun existen algunas personas buenas.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Una de cucos y braghettones

Me sorprende que cada vez haya más papanatas sobre la faz de la Tierra. O mejor dicho, animales quejosos que disparan al aire su desacuerdo, bajo el lema de injusticia, sin decir esta boca es mía. Sobre las incongruencias de la vida, los desatinos del sistema, así como la parafernalia del teniente. Abundan también las lenguas ampulosas que targiversan con un amplio boato verbal las distintas mágnitudes de la realidad a base de argumentos fetén. 

Bien es cierto que hay distintos puntos de vista, y como apuntó Cela en boca de su personaje doña Rosa: "no perdamos la perspectiva", las alegaciones deben sostenerse por consistentes pilares argumentales, teniendo como referencia siempre una perspectiva zonal, amplia y general; y no como estos pintamonas de sucesos que hoy cito. Jueces y verdugos de poca monta, y aun menos inteligencia, cuyo afán consiste en crear la polémica en tertulias donde nunca fueron invitados. 

Y es que pienso, y cada vez con mayor convencimiento, que el ser humano de hogaño no está preparado para la desazón, depositando sus confianzas en braghettones dedicados a tapar la realidad. Es muy bonito que nos regalen los oidos lisonjeros, pero personalmente yo prefiero aplicar algo de estoicismo a todo esto e ir de cuco, pues si la astucia es una virtud no hay porqué desaprovecharla. Y a todos los vainas que despotrican sobre lo desalentador e injusto de la vida, recordarles que no se pueden pintar gallumbos en "El triunfo de la muerte" de Brueghel, pero sí se puede dibujar una sonrisa en las caras que lo pueblan. 

domingo, 11 de septiembre de 2011

Siempre juntos

Era una noche oscura y, cómo no, lluviosa a mansalva. El forense limpiaba en su sucia bata las lentes empañadas por el humo del puro que aspiraba el capitán Juárez, de la brigada de homicidios. En la morgue, al igual que en cualquier sitio, no se permitía fumar. Pero esa noche sí. Le habían hecho la autopsia dos semanas atrás. La chica ya estaba muerta y enterrada. Sin embargo, ahora descansaba en el depósito de cadáveres, por un simple motivo. Esa noche, la habían secuestrado. El forense propuso al policía que le narrara lo ocurrido. Previo a la historia, Juárez encendió el puro con un fósforo. Alguien había entrado en la necrópolis martillo en mano y arremetió contra el nicho. El cadáver desapareció durante tres horas. Tres horas que, desde que el capitán recibió la noticia, dedicó a buscar al ladrón sin éxito, encontrando más tarde a la chica arrojada en un montón de basura. Mas no estaba de servicio. La mujer que daba vida a ese cuerpo inmóvil había sido su esposa, asfixiada por un maniático sin motivación aparente. Y digo aparente, porque Juárez conocía muy bien a ese tipo. Una rata con quien su señora mantuvo una relación irregular en la adolescencia. Un psicópata, un asesino, un loco.

El capitán apagó el puro en un cenicero, cargó el cuerpo en brazos hasta acomodarlo en el asiento de copiloto de su vehículo. Le abrochó el cinturón y arrancó rumbo al cementerio mientras en aquella ciudad la lluvia no tenía recreo. Sus firmes brazos no titubeaban al trasladarla. Quería transmitirle el amor y el cariño que antaño solía profesarle. Avanzó hacia el nicho y acostó el cuerpo en el ataúd ante la atenta mirada de una figura embozada en gabardina y sombrero. La querías, cabrón, la querías. Las lágrimas en la cara del policía se camuflaban entre los regueros de lluvia que inundaban la escena. Sí. La quería. Como tú. Pero no es para tí. Tus ojos recriminan mi falta de cordura al mirar, pero es necesario matizar algún punto. El hombre se sentó en una de las paredes del ataúd abierto. Juárez, la diferencia entre un loco y yo, es que mientras un loco ignora lo que es, yo tengo la seguridad de no estar cuerdo, por lo que puedo disfrutar mi locura. No dijo más, tan solo emitió un leve sonido emulando una carcajada previa al estruendo. El sombrero se cayó al suelo, y por su sien brotaba el rojo que teñía aquel paisaje de pasión exacerbada. El cuerpo del hombre cayó junto al de la chica, esbozando una sonrisa conciliadora. Juárez conocía muy bien a ese tipo. Una rata con quien su señora mantuvo una relación irregular en la adolescencia. Un psicópata, un asesino, un loco. Pero un loco enamorado. 

martes, 6 de septiembre de 2011

Salvoconducto de presidio

Es un hecho veraz y contrastado a diario por cualquiera que vea la luz del sol, tan cierto como que la marihuana coloca. La delincuencia crece. A un ritmo directamente proporcional al que desaparece la pecunia en manos de un español. El inocente tirón ha mutado en el botellazo limpio o en la cuchillada. Aunque enfocado desde un punto de vista tan objetivo como equitativo, en los tiempos que corren el delinquir no es tan desacertado. Y más aun al no haber nada que perder y sí mucho que ganar. Por ejemplo, un viaje con todos los gastos pagados a un centro penitenciario con personal altamente cualificado, restaurante de alta gastronomía, pistas polideportivas, piscina climatizada, amén de gimnasio, taller de costura y demás pasatiempos relacionados con el tocamiento de hígados. Estamos jodidos, señores. Jodidos. Y ya que sin billetes un sistema capitalista no se sustenta, solo queda esperar.

Si don Dinero prohibe todo hacer
justo es no complacer sino pacer

Mas remontados a la Historia, siempre sabia, la espera no presenta un cariz esperanzador. Nos induce al miedo. Pues qué sino nos demostraron la tulipomanía de los Paises Bajos en el S.XVII, o la Gran Depresión de 1929, o la crisis de Albania de 1996. Que la guerra acaba igualando todo lo que sobra o falta. Así mismo, no me hace especial gusto imaginarme lo que podría ser un conflicto armado entre civilizaciones de occidente, arrastrando tras sí todo el fruto de las largas investigaciones en armamento y logística que se llevan años desarrollando a raíz de las nuevas tecnologías. Y es que en un mundo de bellacos, solo los cojones van a mover pieza el día que se alce la profecía de San Juan que, aun siendo literatura arcana con intención de inculcar las virtudes bajo amenaza de lo malvado, no son sino metáforas de lo real. Pues la guerra traerá consigo la muerte y el hambre (o mejor encuadrado en la situación actual, el hambre desembocará en guerra y muerte), haciendo agachar la cabeza y la espalda al humillado frente a la hierática figura del victorioso. Sin embargo, ¿no hemos vivido ya, y en numerosas ocasiones, esto antes? Volvemos, y es curioso, al cuento de la serpiente que se muerde su cola.